viernes, diciembre 02, 2005

(crítica) Historia de una verdad desnuda

JUAN VERGILLOS

Lo grande pasa a veces ante nosotros así, sin aspavientos ni grandes titulares. Sin palabras. En un otoño flamenco atufado de espurias luchas por aguas territoriales podridas surge La puerta abierta al fondo del escenario, para que veamos los padeceres y gozos de la bailaora. La verdad, desnuda. Sin palabras (desgastadas hoy por los que la usan como arma arrojadiza). Desnuda de elementos superfluos: un guitarrista pleno de lírica melancolía. Un percusionista plural. Un cantaor despojado, entero y verdadero como una piedra que nunca perdió su centro. Y nada más.

Sí: la depuración escénica que hace que la bailaora vaya de un número a otro en volandas y sin solución de continuidad. Y la bailaora, la protagonista de la noche. Portentosa y equilibrada, tanto en la extensión de los números como en los recursos (pies, manos, brazos, hombros, caderas -¡qué caderas!-). Los brazos desnudos dándole forma al martinete de Agujetas, convirtiendo en sensual, externo, un hecho psicológico, la rabia. El martinete en mitad de las alegrías como un espejo del alma de la bailaora, la verdad de la risa: "Estoy ético de pena, nadie se arrime a mi cama".

(leer +) [vía diario de sevilla]