sábado, octubre 30, 2004

(crítica) El flamenco de París

EMILIO GARRIDO

Desde que Leo Ferré cantara aquello de «Tu no me habías dicho que las guitarras del exilio podían sonar como una corneta», cada vez que suena una guitarra flamenca en París se instala en la sala el ambiente de aquellos pesados años 40 y 50, cuando las calles de la capital estaban pobladas de famélicos republicanos españoles que mataban la añoranza de la tierra ensangrentada a golpe de seguiriyas dolorosas con sus metralletas de seis cuerdas. Ha pasado medio siglo, pero el efecto es igual. La otra noche, en el teatro Zenith, parque de la Villette, Paco de Lucía arrancó de 8.000 espectadores el olé de la maestría y la melancolía. Y no es un sentimiento patriótico porque el alma no entiende de fronteras. Es un quejido profundo que nace del individuo y se propaga por otros ejemplares semejantes de ésto que se ha convenido en llamar la raza humana. Tan solo se requiere unos cuantos litros de sangre en las venas para sentirlo.

(leer +) [vía Levante]