lunes, enero 24, 2005

(artículo) Viaje al corazón de una peña

Las Ovejas Negras celebra una noche flamenca que cuestiona el tópico que se cierne sobre uno de los colectivos de más peso de la ciudad
POR RAFAEL A. AGUILAR/

CÓRDOBA. Dice el cantaor flamenco que nunca olvidará ni la reja de su novia ni la tumba de su madre. Quien abre la sesión flamenca es Juan Carlos «El Sobrino», que se encarama a la tarima del salón de la peña Las Ovejas Negras con el gesto ya predispuesto para la escenificación del dolor y el olvido que parece llevar dentro cualquier pieza de las que interpreta a lo largo de la próxima hora. «El Sobrino» a secas, como todo el mundo le refiere a él, echó los dientes en ese mismo local de Carlos III donde se predispone a deleitar a sus amigos. «Es que le gustaba mucho el cante, y desde que era un chaval venía por aquí, a escuchar y a probar su voz, hasta que su padre ya no tuvo más remedio que hacerse socio», suscribe

Rafael Guerra Expósito, buen cicerón para quien ande entre tinieblas en el poliédrico e ignoto universo peñístico.