miércoles, abril 27, 2005

(crítica) La rama dorada de Israel Galván

JUAN VERGILLOS

Israel Galván aún no ha alcanzado su edad de oro. Puede que lo logré dentro de cien años pero ya será tarde para mí. Israel Galván sigue poniendo en escena sus fantasmas, sus obsesiones, en las que vemos reflejadas las nuestras. Sin embargo el formato ahora es más amable. Formato clásico para la mirada a lo clásico, a la edad de oro del flamenco, así llamada. El espectáculo surge de la ironía, por el hecho de considerar a Galván un bailaor de vanguardia, pero la mirada irónica desaparece y surge el cuerpo. Porque la ironía está en la mente, en la suficiencia, en la mirada y la cabeza altas, pero Galván baila con los músculos, con los huesos. Rompe con todo rompiendo en primer lugar con él mismo para encontrarse con algo que hay más allá. Galván sube a la escena una libertad terrible, insufrible para algunos. Una libertad que está en el cuerpo, en su capacidad de romper, de dividir el compás una y otra vez. Su edad de oro está en el futuro pero está también en un instante de ahora mismo, por ejemplo el que surge en ese largo silencio por seguiriya desnuda, sin cante, sin guitarra, y el oro se hace un filamento de menos de un milímetro que se desliza entre sus dedos. Una mirada a lo clásico que es un homenaje. Porque el bailaor de vanguardia se apoya aquí en Escudero y más atrás, en las estampas en sepia de Lamparilla. Y en el mismísimo Antonio. Por no hablar de maestros contemporáneos como Maya o Soler.

(leer +) [vía diario de sevilla]