lunes, abril 11, 2005

(crítica) Un lamento más allá de Peña Isasa

José Menese dejó en el bello Teatro Cervantes de Arnedo un recuerdo del alma perdida del cante jondo
José Menese -portador de una de las gargantas históricas del flamenco, amigo de poetas, confidente de pintores, políticos y médicos, hijo de un zapatero de La Puebla y abanderado de la democracia desde el Olympia de París y los suburbios del Somorrostro de Barcelona, cuando en El Pardo habitaba un general de sombrío bigote y al que todavía algunos andan desmontando de caballos de bronce entre excrementos de paloma y la polución acumulada de casi treinta años de libertades- vino el sábado a Arnedo, y ante un reducido grupo de espectadores, se paseó por el flamenco con una solvencia que contrastaba con la aparente fragilidad de su cuerpo.
PABLO G. MANCHA./ARNEDO
Un lamento más allá de Peña Isasa

POR DERECHO. José Menese y Antonio Carrión, en un momento del concierto. / MANCHA

Fragilidad en sus pasos de paloma zaherida; torpeza en el escueto tránsito que va desde los camerinos a la escena. Mas después, cuando la garganta encontraba su aliento inmarcesible y se despojaba de los cielos ateridos y los nubarrones que amenazaban desde la Peña Isasa nevada y blanca, la voz le surgía rotunda y plena, ansiosa por cantar flamenco y desgarrarse por las cicatrices que le han ido marcando desde que Chumi Chúmez lo trajera en moto hasta Madrid y Luis Rosales -el poeta- se quedara cegado ante el poder de su acento desolado o de ese mairenismo suyo que es la esencia de este José Menese extrañamente vitalista y jondo, que abrió el sábado su capote con un inolvidable cante de Trilla y que se estiró después por la maravilla del arte flamenco sin dar una sola oportunidad a lo innecesario.

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