(crítica) Los cantes de ida y vuelta de Maite Martín triunfan en Tokio
Juan Carlos Rodríguez Enviado especial
Tokio- Al bailar por alegrías hay quien se demuda por convertirla en
seguiriya, dejándo el compás y la gracia relegadas a la nada. De ese modo, la cantiña queda en una suerte de doloroso parto en el que el bailaor, comúnmente bailaora, rumia en el rostro –y en el cuerpo– un enfado y una preocupación difícilmente justificable a tenor del cante. Con Belén Maya, la alegría recupera su sentido: cante festero, con su pizca de guasa y su mucho de provocación. Sólo ver esa sobresaliente alegría –en Tokio y hasta en el mismísimo Cádiz– hace de su «Flamenco de cámara» un espectáculo a la altura de la exigencia debida. Eso, y por supuesto, la presencia inapelable de Maite Martín, la cantaora que, se quiera o no, más cerca está ahora mismo del trono. En Japón, tan lejos de la esencia, fue su voz melodiosa celebrada con regocijo. Hasta cinco cortinazos levantaron los aplausos, que provocaron el invariable bis por bulerías.
(leer +) [vía la razón]
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