lunes, febrero 20, 2006

(crítica) Un bailaor todo fuerza

RAMÓN RODÓ SELLÉS - 20/02/2006


Qué larga y prolífica es la dinastía de los Farruco. Parece que nadie de esa familia pueda escapar de lo que les obligan los genes de sus antecesores: el baile flamenco en la más gitana de sus versiones. Ese baile racial, intuitivo, esa estética de la obligada chulería, ese marcar el gesto, los desplantes, la improvisación, la sensualidad y, sobre todo ello, esos taconeos trepidantes que impresionan al espectador.

Pues bien, Farruco, de todo lo apuntado, tiene en la fuerza de su espectacular taconeo su referente casi único. Y eso no es poco, pero la rigidez de su braceo está algo falta de dulzura interpretativa. Su extraordinaria y temperamental fuerza es más que suficiente para alentar (y justificar) esas salvas de aplausos de sus fans cada vez que remata una ráfaga de esa pirotecnia explosiva de sus pies con el habitual desplante. Pero hemos de subir el punto de mira y si logramos despegar la vista de sus tacones y la mantenemos en todo su conjunto corporal, concluimos que falta algo, posiblemente expresividad facial y gestual. Farruco es todo fuerza.

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