lunes, diciembre 20, 2004

(artículo) El valor de Antonia Mercé

Jorge H. Andrés
Música popular

Solamente por tratarse de una fotografía de buen tamaño con el sello d´Ora, el estudio parisino de Dora Kallmus donde posaron las grandes celebridades de la primera mitad del siglo pasado, el lote 85 del último remate de libros y documentos realizado en Bullrich debió costar más que los ciento cuarenta pesos a los que se bajó el martillo.

Muchísimo más si se considera que el elaborado retrato de una encantadora mujer sonriendo de medio perfil que no despertó interés venía con dedicatoria de tres renglones, fechada en Buenos Aires, septiembre de 1933, y autografiado por Antonia Mercé con su nombre artístico, Argentina, estampado debajo a manera de rúbrica.

De las tres artistas de la música española que se hicieron famosas llamándose igual que el país donde nacieron por casualidad - Encarnación López (la Argentinita) y Magdalena Nile (Imperio Argentina)-, Mercé era la mayor, la que menos tiempo pasó aquí y la más trascendente como bailarina, coreógrafa y cabeza de compañía de ballet y también por haber creado la técnica que convirtió las castañuelas en instrumento de concierto. Un nexo entre el modernismo y el folklore similar a García Lorca, que la admiraba al punto de dedicarle un par de los "Poemas del cante jondo".

Fue un sacrificado proceso de crecimiento que le llevó veinte años, desde su debut como falsa bailaora gitana hasta el triunfo que significó en 1925 la reposición de "El amor brujo", de Manuel de Falla, considerada el anticipo de lo que ahora se denomina teatro-danza, que protagonizó y coreografió, además de dictar a Gustavo Bacarisas el diseño de escenografía y vestuario, y de convencer al compositor de abreviar la obra que, por aburrida, había fracasado una década atrás.

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