(crítica) La verdad en un espacio vacío
JUAN VERGILLOS
Después de algunos altibajos en los últimos tiempos, de nuevo volvimos a disfrutar ayer del gran cantaor que es Arcángel, uno de los más emotivos que nos ha sido dado contemplar y disfrutar. Aunque me temo que una emoción antigua, esa fragilidad dolorida de antes, se ha ido para siempre para convertirse en una cosa que todavía no acabo de ver. Con todo ofreció ayer el de Huelva un recital notable.
Le costó arrancar sin embargo. La copla por bulería Limón amargo se resintió en las difíciles modulaciones y su melodía bellisíma resultó titubeante. Los tangos nos dieron la imagen, temible, de un cantaor previsible, hueco, convencional. Los cantes de levante, taranto y taranta de la Gabriela, tampoco sirvieron para subir el vuelo. Pero al final de las alegrías se intuyó el cantaor que añorábamos. Un intermedio instrumental a cargo de la guitarra abrupta, metálica, de cortante bordón, de ritmo sobrevenido, de Miguel Ángel Cortés. Y luego un poquito de gozo, algo de verdad: se acabaron los titubeos y el cantaor se entregó en cada tercio. En la medida de sus posibilidades actuales, que es mucho. Incluso cambió el lenguaje corporal, porque Arcángel dibujaba los tercios que cincelaba minuciosamente, con mimo de agudos, en el aire.
(leer +) [vía diario de sevilla]
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